domingo, 22 de agosto de 2021

Quietas las vacas... ai...

 


 


Eran años de principios de década, nosotros, aguerrido paisanaje, gozábamos, es un decir, de medios, anticuadillos, pero medios, de uso cotidiano, uno de ellos eran los renombrados, "coches di'hora" que, con ruidosa maquinaria, correteaban las carreteras a la búsqueda de pueblos y localidades donde vivimos.

Con una "pinta" de antigualla desvencijada, pululaba, puntual, las serpenteantes carreteras de entonces, llevando a los usuarios a sus pagos, en esa hora en que las tripas rugían en los estómagos, esperando el papeo anhelado. 

Una vez que subíamos, la primera recomendación-orden del cobrador, sonaba tajante... ¡vayan caminando p'atrás!, una vez cobrados y acomodados en aquellos sillones, por llamarlos de alguna manera, rectos, de madera y con acolchado de tela; él gritaba ¡vaaaamoooossss!, tran, tran, soñaba la palanca y el dolorido motor movía, a ritmo de lamento, el desvencijado... una cuesta, otra; una parada, gentes que bajan, gentes que suben, los mismos gritos, más paradas, misma ceremonia...

Luego de no sé cuánto, se llegaba, bajábamos como impulsados por una corriente de fuerza invisible. Otros seguían viaje, mirándonos por la ventanilla con la rabia contenida de pensar en lo que les pudiese quedar... Esa parada duraba rato por ser estación de empresa, de diez a quince minutos convertibles en media hora; en el aire flotaban las ganas de seguir viaje. ¡...vayaaaannnn caminaaaandoooo p'atraaaasss...!

Y, mañana, ¡otra vez!.

miércoles, 4 de agosto de 2021

 

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Mucho se ha hablado de ellas, mil historias, yo entre ellos, hemos contado, artilugio de convencimiento indiscutible, que, aún sin alas, volaban de un lado a otro buscando una víctima para aplicar el correctivo de rigor; ¡como yo me quite la alpargata... te vas a enterar!, silencio, ¡zas!, respiraba el aire... ¡cloppp! Sonaba el golpe... ¡ayyyyy!, la queja de su blanco, vuelta a la calma...

Recuerdo que mamá las tenía en tela, con suela de esparto que, sin propuesta clara, dejaban huella del dibujo en tus tiernos muslillos de niño; así, un día y otro, vuelta a empezar, los períodos vacación daban para mucho y era raro el día que pasillos, salones y demás no se convertían en pasillo alpargatoaéreo del tal útil, y siempre, pero siempre, acertaba el tiro, ¡chacho, que vicio!

Nuestras madres inventaron la alpargata teledirigida, aquella que doblaba esquinas y localizada los culetes de los malos inquietos, con el sonido de la voz, nuestra voz, hacían blanco; si tiraba en dirección noroeste, nosotros, que nos escondíamos el suroeste, ¡plas!, pillábamos cacho. Decididamente, nuestras madres pusieron al hombre en la Luna, ni la nasa esa, ni rusos ni ensaladilla rusa, ¡mamá!

Pero, a buen seguro, las anécdotas se cuentan a millares, ¿te atreves?