miércoles, 15 de septiembre de 2021

Torres que mecen al viento

 


Hay algunos días que te echas a la calle, paseo, compartir un rato, una copichuela, ir a sitios en los que nunca, mi caso por ejemplo, has estado. Son lugares que no han sido paso o mejor no llamaban a visita, casi más por desconocimiento que por no haber algo que, realmente, atrajera mi atención. 

Algún viernes, en la hora en que los pibitos de la famili dejan curros, situaciones de ocupancia o simples labores domésticas, nos fuimos, ellos y yo, a darnos un homenaje, buscando que hoy no fuera igual que ayer, y algo distinto a mañana. Anduvimos por zonas trianeras, en esos alrededores nuestra capi goza de mil y un escondite, habrás, como digo, pasado cienes y cienes de veces por ellos, sin fijar la atención a que estaban allí. Pero hoy, hoy hay parada, pensión y fonda. Gozando de un almuerzo que no es común ni de a diario, pero no menos gustoso por ello.

Luego de ese papeo, no lo vamos a llamar grande sino rico, se comenta, se dice, y decide, «¿a dónde vamos?», los experimentados pensamos en lo mismo, una, como dije copichuela, en un lugar distinto, y allá nos fuimos, a una terraza de las que no se ven desde la calle, un buen combinado y disfrute de lo que desde allí se ve.

Se ve, ¡y vaya si se ve!, justo casi delante está esa zona que, antiguamente, albergaba el Puente de Piedra, división natural entre el barrio de Triana y la genuina Vegueta, hoy via circulatoria de los que del centro bajan y al centro suben. Mirando un poco más allá, torres, la catedral de Santa Ana, símbolo inequívoco de ese encantado y embrujado barrio, ellas apuntando al cielo, de estilo neoclásico con mezclas de gótico, puerta inequívoca de acceso al tal sitio, que, a la vez, realza su ya de por sí ganada belleza. 

Luego, la tarde, el rato, va tocando a su fin, cuando sólo se ve el fondo de los vasos, la cuenta, salida y para casita, llevas muchas cosas en mente, y en la retina la última mirada, desde el lugar, de tan imponente obra.

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