viernes, 27 de julio de 2012

Tiempo sur...

Tirado, a la banda de costa vento, por no discutir si era sota o barlo, con una calor de muerte que a los grillos callaba y a los pájaros enmudecía, me he pasado, si pasado porque ya se acabó, quince días, quince, bartola arriba, gozando de la mejor de las holganzas, sin más preocupación que embadurnarme de mejunje para no quemar mis chichas al solete, perdón carnes, que, en un a lo mejor, alguien pudiera o pudiese ofenderse y que el frío tenga, en su punto, todo tipo de refrigerio, lo dejo a la imaginación de quién lo lea.
Allí, abajo, cerca de la rubia de la arena -en la foto de la agencia aprecía, luego dimos que nos engañaron, parece que la tal rubia, harta de tanto mirón se fue al chiringuito a ponerse hasta las moñas-, miles, tiraban sus... ¡vaya usted a saber! que yo no soy menos, al fuego lento del "Lorenzo", o igual, en las piscinas de los complejos, llenos de ruidosos críos y guiris que vienen a trasegar hasta el infinito.
Luego a la tarde noche, nos, hacíamos lo mismo, dándole curso, achicando tal vez, - excusa, la cena- a unas birritas apañadas al efecto, que venían que ni al pelo para conciliar sueños calurosos, noches de semivela.
Todo bien, pena que se acaba, quizá fuera mejor así, para pensar en repetir; lo peor, esperar todo un año para planear la vuelta.

sábado, 7 de julio de 2012

Mientras, las horas no pasaban...

Recuerdo aquellas tardes, mientras las gotas golpeaban los cristales y el vientillo se colaba por las rendijas..., allí, sentado en aquel sillón, fiel compañero de viaje, donde se trenzaron miles de inimaginables aventuras, ¡tantos sueños no cumplidos!, donde la siesta, él y yo, jugamos otras tantas partidas no acabadas; leía, hora tras hora, un libro, que el azar puso ante mis ojos, de un poeta medio loco, buscando entre sus páginas el que sosegara mis ansias, que diera rienda suelta a mis pensamientos...
Lo leía, y releía, intentando calmar un corazón desbocado, que andaba cerquita, muy cerquita, de la locura; locura de niño inquieto, que pedía -musas de los locos- ver cumplidos sus anhelos, sentir y ser sentido, darle suelta a tanto calor...
Y, mientras, las horas no pasaban, mi mente se iba llenando de palabras que se juntaban buscando la frase perfecta, para, luego, ponerla en un papel y regalarla, en algún lugar de otro libro, para recordarla.
Y mientras el reloj no llegaba a la hora, dentro del libro -fiel amigo- te descubrí, más leía, más te conocía, encantado de leerte, y de leer a otros.