miércoles, 4 de agosto de 2021

 

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Mucho se ha hablado de ellas, mil historias, yo entre ellos, hemos contado, artilugio de convencimiento indiscutible, que, aún sin alas, volaban de un lado a otro buscando una víctima para aplicar el correctivo de rigor; ¡como yo me quite la alpargata... te vas a enterar!, silencio, ¡zas!, respiraba el aire... ¡cloppp! Sonaba el golpe... ¡ayyyyy!, la queja de su blanco, vuelta a la calma...

Recuerdo que mamá las tenía en tela, con suela de esparto que, sin propuesta clara, dejaban huella del dibujo en tus tiernos muslillos de niño; así, un día y otro, vuelta a empezar, los períodos vacación daban para mucho y era raro el día que pasillos, salones y demás no se convertían en pasillo alpargatoaéreo del tal útil, y siempre, pero siempre, acertaba el tiro, ¡chacho, que vicio!

Nuestras madres inventaron la alpargata teledirigida, aquella que doblaba esquinas y localizada los culetes de los malos inquietos, con el sonido de la voz, nuestra voz, hacían blanco; si tiraba en dirección noroeste, nosotros, que nos escondíamos el suroeste, ¡plas!, pillábamos cacho. Decididamente, nuestras madres pusieron al hombre en la Luna, ni la nasa esa, ni rusos ni ensaladilla rusa, ¡mamá!

Pero, a buen seguro, las anécdotas se cuentan a millares, ¿te atreves?

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